Hace varios años, descubrí que cada vez que yo enfrentaba un dilema o
un problema, lo mejor que podía hacer era dejar de
pensar en él y comenzar a dirigirme al Espíritu de Dios en mí por
una solución. De modo que conseguía un lugar tranquilo, dirigía mi
atención a lo interno y entraba al silencio en mi alma.
Entonces decía: "Querido Espíritu, dime qué hacer". Dejaba ir mi
ego, mi necesidad de luchar para encontrar una solución y, simplemente
esperaba que la solución me fuese revelada.
A veces la solución venía en el silencio y otras, venía como un
relámpago en mi consciencia cuando estaba ocupado en algo
que no tenía nada que ver con el problema. Yo bien podía estar
jugando tenis o viendo a un paciente y, de repente la solución se
presentaba como un destello en la pantalla de mi consciencia, tan
claramente que sabía sin lugar a dudas qué hacer.
Desde entonces he aprendido que cuando tengo que tomar una decisión
importante, sólo necesito aquietar mi mente, poner mi
consciencia en la Presencia del Espíritu y hacer las preguntas.
He visto suceder cosas extraordinarias. Y gracias a mi propia
experiencia, estoy convencido de que el Espíritu es
abstracto y trascendente, pero también tiene un poder organizativo
infinito. El Espíritu puede organizar infinidad de espacio, tiempo y
acontecimientos para producir el resultado propuesto.
El Espíritu es un Campo de Energía
Consciente que conecta todo con todo lo demás y a todos con todos los demás. De modo que me siento maravillosamente bien al saber que sin importar lo que haga, dónde vaya o
la situación, circunstancia o dilema, siempre puedo tener mi consciencia en la Presencia del Espíritu.
ESCUCHEN EN SILENCIO
El
Espíritu nos susurra por medio del espacio que existe entre nuestros
pensamientos y las sensaciones más mínimas de nuestro cuerpo. De
allí la importancia de pasar tiempo en el silencio. Cuando pensamos en
la curación
como el regreso del recuerdo
de la perfección física y en la perfección física como cuerpo,
mente, espíritu y medio ambiente, comenzamos a comprender por qué
debemos aprender a aquietar nuestras mentes.
Podemos hacer esto por medio de la meditación formal o estando conscientes de nuestra respiración o simplemente
sentándonos con los ojos cerrados, quietos y escuchando durante quince o veinte minutos.
Al principio, puede ser difícil aquietar la actividad de la mente, pero
a la larga se aquietará. Y en esa quietud bendita
fluirán hacia nosotros el discernimiento y el conocimiento.
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